Las guerras de la radio

Hoy vamos a seguir avanzando en el repaso de la historia de las telecomunicaciones, que hasta el momento nos había llevado por los tejemanejes que dieron lugar a los primeros despliegues de redes cableadas de telegrafía y telefonía. Le toca el turno a la primera gran cosa inalámbrica: la radio, que vino a coronar ese glorioso periodo de descubrimientos que fue el siglo XIX.

Situémonos en el año del turrón, y de ahí en adelante. A medida que las empresas de Graham Bell y sus competidoras ganaban clientes, el número de líneas y las distancias a cubrir provocaron que el coste de los cables se convirtiera en un problema. El gasto en infraestructura provocó que muchos empresarios adinerados ofrecieran grandes cantidades a inventores que pudiesen crear nuevos y mejores sistemas de conmutación e interconexión. Los avances se sucedían rápidamente (un día dedicaremos una entrada a esos sistemas), pero era evidente que hacía falta un salto cualitativo a nivel tecnológico, igual que hoy pedimos a gritos una revolución en materia de baterías que evite que tengamos que recargar el móvil cada día (como poco). Con ese pensamiento rondándoles la cabeza, muchos volvían la mirada a la teoría publicada por Maxwell en 1865 sobre la posible existencia de ondas que se propagarían a la velocidad de la luz, y que se deberían de poder controlar a base de fenómenos eléctricos y magnéticos.

1880

«Haberlas, haylas»

Lo cierto es que Maxwell se adelantó muchísimo a su tiempo. Hicieron falta 14 años desde la publicación de «A dynamical theory of the electromagnetic field» (helo aquí en PDF) para que el galés David Edward Hughes –gran desconocido de los libros de primaria– construyese, a base de prueba y error, un sistema que le permitía enviar y recibir señales en Morse con un alcance de casi medio kilómetro. Esa había sido la primera transmisión exitosa de señales de radio, aunque Hughes no acertó a demostrar que aquello funcionaba debido a la propagación de ondas electromagnéticas. Algunos sospechaban que quizás simplemente estuvieran ante una manifestación más de fenómenos ya conocidos desde tiempos de Faraday.

La demostración concluyente de que aquello era, en efecto, lo que Maxwell había profetizado llegó en 1888 (año 23 d.M.) de la mano del físico alemán Heinrich Rudolf Hertz, que hizo un montaje que descartaba la influencia de cualquier fenómeno documentado anteriormente. En los primeros minutos del vídeo siguiente se explica bastante bien cómo fue la cosa. Luego se ve que Hertz también fue capaz de medir la velocidad de las ondas, que (¡oh, sorpresa!) resultaba coincidir con la velocidad de la luz, e incluso demostró comportamientos análogos a la reflexión y la refracción de la luz visible.

Hertz no llegó más lejos porque una maldita granulomatosis de Wegener acabó con su vida a los 36 años, que si no… si no… bueno, al menos habría tenido tiempo de pensar sobre las consecuencias prácticas de su principal descubrimiento. Lo decimos porque la siguiente cita, con alguna pequeña licencia en la traducción, es verídica:

hertz-cita

El caso es que Hertz disipó definitivamente las dudas acerca de la teoría de Maxwell, dando pie al salto cualitativo que decíamos más arriba. En reconocimiento, la IEC (Comisión Electrotécnica Internacional) tuvo a bien en 1930 asignar el nombre de «hercios» a las unidades de frecuencia, que hasta entonces habían sido «ciclos por segundo«.

A raíz de los resultados de Hertz, muchos pensarían «… si consiguiera meter información en esas ondas… me haría rico«. Y con razón, porque además de resolver los problemas que afrontaban las empresas de telefonía con los cables, habrían encontrado una forma realmente eficiente de difundir noticias y, finalmente, un nuevo medio de comunicación que proporcionaría una ventaja definitiva a cualquier ejército en el campo de batalla. Así, en la década de 1890 se desencadenó una carrera científica sin precedentes, con motivaciones económicas y/o patrióticas espoleando a protagonistas de un buen número de nacionalidades distintas: croatas, italianos, rusos, estadounidenses, ingleses, españoles, bengalíes, brasileños, alemanes… Sí, has leído bien: ¡hubo incluso españoles!

Vaaale, es mentira, pero al menos no 100% mentira. Sigue leyendo y verás.

Vaaale, es mentira, pero al menos no 100% mentira. Sigue leyendo y verás.

Primera etapa: el telégrafo inalámbrico

Las primeras demostraciones de radiotransmisión eran asimilables a telégrafos inalámbricos: se hacían cosas en el lado de emisión y, como consecuencia demostrable de ello, pasaban cosas en el lado de recepción. Por ejemplo, al generar una chispa en un lado se observaba un destello en el otro, y eso era fácilmente trasladable al código Morse, que llevaba ya décadas en funcionamiento por todo el mundo. Poco más hacía falta que identificar «destello corto = punto» y «destello largo = raya«.

El corredor más aventajado en esta primera etapa de la carrera fue el croata Nikola Tesla, que en 1893 mostró en San Luis (Estados Unidos) un aparato que ya tenía todos los elementos básicos de los sistemas de radio que terminaron produciéndose en masa (pronto dedicaremos una entrada a diseccionar esos sistemas). Al otro lado del Atlántico, en agosto de 1894, el inglés Oliver Joseph Lodge presentó en la Universidad de Oxford un montaje no muy diferente, con el que conseguía transmitir telegramas a una distancia de 150 metros. Apenas cuatro meses después tuvo lugar una demostración en Calcuta a cargo de Jagadish Chandra Bose (otro pedazo de genio), cuyos montajes evidenciaban la recepción de ondas haciendo sonar campanas o detonando pequeñas cantidades de pólvora. Ya a principios de 1896, el militar Aleksandr Stepánovich Popov consiguió transmitir a 250 metros un telegrama-homenaje que decía «Генрих Герц» («Heinrich Hertz» en ruso). Se cree que Popov había presentado el invento a sus superiores del ejército ruso meses antes, pero el secreto propio de la institución nunca ha permitido saber hasta qué punto fue más o menos pionero que Bose, Lodge o el propio Tesla.

Sea como fuere, la fama y la gloria del momento se las llevó el italiano Guglielmo Marconi, que con el tiempo se ha convertido en sospechoso habitual de haberse apropiado de ideas ajenas. Sin embargo, está fuera de toda duda que Marconi tenía un gran talento, capaz de sorprender a propios y extraños con sus aparatos de transmisión de señales sin cables. En 1895, con apenas 21 años, logró cubrir una distancia de 2,4 kilómetros (con una colina entre el emisor y receptor) cerca de su Bolonia natal. En 1897, previa emigración al Reino Unido, realizó la primera comunicación sin cables sobre mar abierto, superando 6 kilómetros en el Canal de Bristol.

Origen y destino de la primera transmisión de telegrafía inalámbrica sobre el mar. Pulsa aquí para ver en Google Maps.

Origen y destino de la primera transmisión de telegrafía inalámbrica sobre el mar. ¿Seguro que debería contar como «mar abierto»? Pulsa aquí para ver en Google Maps.

Por encima de todo, Marconi supo ganar dinero rápidamente con la comunicación inalámbrica. Ya en 1897 –antes de que Tesla se pasase siquiera por las oficinas de patentes– Marconi había inaugurado la primera estación de radiotelegrafía del mundo al sur de Inglaterra. Al año siguiente había abierto incluso una fábrica de aparatos y establecido el primer servicio regular de radiotelegrafía del mundo (entre la Isla de Wight y Bournemouth). Con el dineral que ganó ya pudo conseguir luego todo cuanto quiso… incluso apropiarse, allá por 1904, de la patente de la radio en Estados Unidos, que se le había reconocido a Tesla en 1900. Ciertamente, Tesla podría haberse dado un poco más de prisa en proteger sus ideas (recuerda, demostradas desde 1893) pero el hecho de que un incendio destruyera su trabajo en 1895 seguramente no ayudó a agilizar los trámites. Pasada la ventana de oportunidad, Tesla claudicó una y otra vez ante los abogados de Marconi en los juzgados, al igual que les había pasado a Meucci y otros padres del teléfono ante los de Graham Bell.

Segunda etapa: la radio de verdad

El siglo XIX terminó sin que nadie hubiera dado con las claves de la modulación y la demodulación necesarias para transmitir señales analógicas sin mediación de cables. Había telégrafos inalámbricos (simples sistemas digitales) pero ni rastro de voz humana surcando los aires a lomos de ondas electromagnéticas. Pero el siglo XX empezó fuerte de la mano del cura brasileño Roberto Landell de Moura, quien, según consta en las hemerotecas de junio de 1900, se hizo oír varias veces a distancias de más de 8 Km en São Paulo. En lugar de reconocimiento y financiación, el bueno de Roberto fue ignorado por los gobernantes de turno e incluso se enfrentó a masas ignorantes que lo tachaban de «hechicero peligroso«, «hereje» o «padre renegado«. No es de extrañar que se fuera unos años a Estados Unidos, donde consiguió varias patentes, y que en algún momento pretendiese donar sus inventos al gobierno británico.

Algo mejor le fueron las cosas al estadounidense Reginald Aubrey Fessenden, que consiguió realizar una transmisión de voz –para muchos, la primera debidamente documentada– en diciembre de 1900. El alcance fue de apenas 1,6 kilómetros y la calidad del sonido en recepción, muy mala. Pero poco a poco Fessenden fue mejorando el invento, hasta el punto de que consiguió comunicar por primera vez Europa y Norteamérica en ambos sentidos en 1906 (año que en Galicia recordamos por otra cosa :-). Luego, en la Nochebuena del mismo año, realizó la primera transmisión de música –un villancico interpretado por él mismo al violín– sin que nadie le denunciara por maltrato auditivo. Las denuncias las intercambió Fessenden con los millonarios que habían financiado su actividad desde 1902. El embrollo legal (¡¡¡otro más!!!) se prolongó desde 1911 hasta 1928, cuando Fessenden recibió por fin una suma de dinero razonable en comparación con la que sus inventos habían reportado a otras personas y empresas. Sólo tuvo 4 años más de vida para disfrutar de esa fortuna, aunque gracias a su genio incansable (registró más de 500 patentes en áreas muy diversas) siempre se las había arreglado para vivir cómodamente.

1906

Una buena cerveza, justo antes de hablar del señor Cervera.

La gran aportación española a la radio llegó por el flanco de la calidad y el alcance en las transmisiones de voz. Julio Cervera y Baviera, militar castellonense, realizó en 1902 (tres o cuatro años antes de que Fessenden y otros lograran cosas comparables) una transmisión de voz con buena calidad entre Jávea (Alicante) e Ibiza. Ahí podríamos decir que comenzaba, de verdad, la era de la radio. De paso, Cervera dejó unidas Jávea e Ibiza por el tercer servicio regular de radiotelegrafía del mundo (el segundo también lo había puesto en marcha él un año antes, entre Tarifa y Ceuta). Ciertamente sacó provecho de haber trabajado unos años antes con Marconi en sistemas de radiotelegrafía, ya que consiguió anotarse patentes en Inglaterra, Alemania, Bélgica y España. Sin embargo, dejó esto de las telecomunicaciones de repente, por motivos que se desconocen. Quizás lo hizo para dedicarse a otras de las muchas cosas que le interesaban (e.g. proyectos de ingeniería civil como el tranvía de Tenerife o una serie de cursos pioneros de enseñanza profesional a distancia por fonógrafo), aunque tampoco sería de extrañar que le hubieran torpedeado desde dentro, como se había hecho unos años antes con Isaac Peral. Pero bueno, su aportación queda ahí, por mucho que en los libros de texto que estudian los niños en el colegio no aparezca su nombre por ningún lado. Al menos, en RTVE tuvieron a bien producir un vídeo sobre su figura hace unos meses.

cerveraRTVE

La radio en la Primera Guerra Mundial y un poco después

Con todo lo que acabamos de contar, hacia 1910 estaba disponible una tecnología que fue clave en el desarrollo de la Primera Guerra Mundial. El potencial militar de las comunicaciones por radio fue evidente desde el primer momento, y fueron muchos los países interesados en su desarrollo. Así, cuando en 1914 surgió la chispa para que estallara la guerra por Europa, Rusia, Estados Unidos, el sureste asiático y África se suspendieron las emisiones civiles para dar paso a una espiral de locura… y a un desarrollo tecnológico brutal, movido por la necesidad.

Ya en agosto de 1914, los belgas tuvieron que destruir una estación de comunicaciones situada cerca de Bruselas para evitar que cayera en manos del ejército alemán. Hacia 1916, las tropas británicas agilizaban operaciones tales como el aprovisionamiento de máscaras de gas enviando avisos por radio. Los alemanes pronto utilizaron señales de radio para guiar a sus aviones hasta los destinos que debían bombardear, cosa que los franceses se apresuraron a impedir emitiendo todo tipo de interferencias o señales falsas. En 1917, los estadounidenses (neutrales en un principio) entraron en la guerra con un desarrollo clave en la mano: la comunicación bidireccional con aviones, que permitió desplegar escuadrones de todo tipo en el aire tan fácilmente como unidades de infantería en tierra. Pronto se necesitaron también avances para la comunicación con submarinos, que torpedeaban barcos a diestro y siniestro… y así hasta terminar las hostilidades en 1918.

Un equipo de radio de la empresa de Marconi montado sobre una moto.

Un equipo de radio de la empresa de Marconi montado sobre una moto.

Ya en los años 20, en una época de aparente paz, proliferaron estaciones de radio por todo el mundo y se popularizaron las emisiones de noticias y música. Los pioneros de la radio para el entretenimiento fueron los habitantes de Argentina, que, ajenos a la guerra, gozaban de un nivel de vida muy alto. Seguramente nunca habrás visto o tenido en tus manos un equipo telegráfico, pero sí uno de los primeros receptores de radio, aquellas enormes cajas alrededor de las cuales se sentaban las familias hace 70 u 80 años para enterarse de lo que sucedía por el mundo.

oldradio

Por cierto, que estas cajas vuelven a estar de moda, envolviendo electrónica de comunicaciones moderna. Si quieres una, date un paseo por Amazon, por ejemplo.

No queremos terminar por hoy sin destacar que, en lo que respecta a los protagonistas de esta entrada, la Primera Guerra Mundial no se cerró hasta 1943, cuando, pocos meses después de la muerte de Tesla, el Tribunal Supremo de Estados Unidos admitió que la patente de la radio pertenecía legítimamente al genio croata. Pero ¡ojo!, que no lo hicieron por sentido de la justicia, no. Lo hicieron para esquivar una denuncia de la Marconi Company al gobierno de Estados Unidos, por haber utilizado su patente durante la guerra. A fin de evitar pagar la millonada que reclamaban, se le devolvió la patente a Tesla y asunto arreglado. De pena.

Comments
2 Responses to “Las guerras de la radio”
Trackbacks
Check out what others are saying...
  1. […] fragmento de música contiene más información. Luego no es de extrañar, como comentábamos en “Las guerras de la radio”, que los primeros sistemas de radio se utilizaran para difusión de voz, mientras que la […]

  2. […] los de radiación (recordarás que el telégrafo se generalizó varias décadas antes de inventarse la radio). Fue así porque los fenómenos de la electricidad y el magnetismo se conocieron antes de que […]



Deja un comentario